martes, 2 de julio de 2013

AMOR A HANEKE

Me declaro aquí y ahora un absoluto enamorado de la obra de este genial austriaco, capaz de hacer llegar al espectador y plasmar en fotogramas, por insensible que éste pueda llegar a ser o por avisado que este esté de lo que puede ver, una exaltación absoluta de la belleza conseguida de la manera más pura y menos artificiosa. Casi todas las películas que he tenido la suerte de ver de este genio, en mi humilde parecer tienen varios elementos en común, por un lado lo claustrofóbico de los escenarios donde se desarrollan, bien sea un apartamento o un pueblo de principios del siglo XX. Donde sin ningún tipo de artificios como suntuosos decorados, vestuarios o caracterizaciones asombrosas son necesarios para trasladarte a la siempre pausada acción. Lo que sí utiliza Haneke, y lo hace muy bien, es la luz. Como todo artista sublime se hace acompañar en sus obras por virtuosos de la iluminación, consiguiendo que las sombras sean personajes, y un mismo escenario pueda ser en un momento dado un lugar totalmente opresivo y al momento transformarse en todo lo contrario. También a través de la luz y su magia nos ayuda a comprender mejor a los personajes, en muchas ocasiones son éstos carentes de una gran personalidad, pero capaces de trasmitir toda la emoción del momento gracias a los tonos que el desnudo escenario va tomando. Otro elemento sería, como he mencionado anteriormente la velocidad de la acción, es muy lenta y pausada, donde nada o casi nada parece suceder, pero si reflexionas un solo instante serás capaz de entender que toda una eternidad acaba de suceder ante ti, una inmensa cascada de emociones se ha desprendido en esa quietud y ha ocurrido, como suelen ocurrir en la vida común, de manera tranquila, sin grandes alteraciones, sin catarsis emocionales de ningún personaje, sino en lo que es más difícil, la interiorización de las emociones, la aceptación interna, sólo transmitida por pura empatía, lo que supone para los actores un sobreesfuerzo brutal: interpretar una escena donde aparentemente todo es trivial o nada sucede pero interiormente se vive una gran lucha y desasosiego. Haneke sabe escoger muy bien a sus actores, primeras figuras suficientemente curtidas para poder trasmitir todo lo necesario con una mirada, o con un simple y aparentemente, para los no duchos, insignificante gesto. La última película suya que tuve la suerte de ver fue “Amor”, la verdad es que tardé mucho en verla, sabía que por la temática y por dolorosas experiencias familiares, me costaría verla, y que me removería muchas cosas dentro, y en efecto así fue, pero parto de la base que, en ocasiones, hay películas tan maravillosamente bellas que aunque te duelan en el alma debes sobreponerte y verlas, simplemente porque son obras de arte de belleza imposible. Y como me esperaba me dolió y me produjo placer. Como sólo el buen arte sabe hacer.

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